Vivir es, al fin y al cabo, decidir. El día a día está plagado de pequeñas decisiones (qué vamos a comer, qué ropa nos vamos a poner…) que aparentemente no suponen un gran cambio en nuestras vidas; pero hay otras decisiones que literalmente nos lo cambian todo (¿estudio una carrera o me pongo a trabajar? ¿qué quiero estudiar? ¿quiero tener hijos o no…?). No debemos subestimar el poder de las decisiones que vamos tomando a lo largo de la vida, porque algunas de ellas van a suponer un cambio drástico sin posibilidad de dar marcha atrás.
¿Crees en el destino? ¿Piensas que hay algunas personas o circunstancias en nuestra vida que deben estar en ella? Yo creo que sí. De alguna manera pienso que somos absolutamente libres de hacer lo que queramos en un 90% de nuestra existencia, pero también creo que hay ciertas personas relevantes que deben estar, o situaciones concretas por las que debemos pasar, que van a definir muchos de nuestros aspectos que no son negociables. Las decisiones que tomamos, las relaciones que tenemos con las personas más importantes de nuestra vida y algunas circunstancias concretas son las que determinan en quiénes nos convertimos. Pero evidentemente cada cual es libre de pensar lo que quiera.
Hoy voy a contar la historia de una mujer joven que tomó una decisión que cambió el rumbo de su vida. Esa mujer era yo misma hace algunos años, y a día de hoy no puedo imaginar cómo hubiese sido mi día a día si en aquel momento hubiera elegido un camino diferente.
La historia transcurrió en Valencia a finales de los años 90, cuando yo estaba estudiando la carrera de Ingeniería Informática en la Universidad Politécnica de Valencia, a la par que iba a clases de danza jazz funky en la academia de Olga Poliakoff y conseguía algún que otro trabajo cantando o bailando como gogó en alguna discoteca durante los fines de semana. Esa era mi forma de conseguir un dinero extra para pagar mis gastos y el alquiler de mi habitación en el piso compartido donde vivía. Estaba contenta con mi vida y tenía muchos amigos, pero el dinero que iba ganando cubría a duras penas mis gastos y no me dejaba mucho margen.
De repente las cosas se complicaron y mis pequeños ingresos se redujeron bastante. Dejaron de llegarme ofertas para trabajar los fines de semana y decidí buscar otro tipo de trabajo para costearme mis gastos. Fue muy curioso cómo en ese momento parecía que todas las ofertas de trabajo que iba encontrando se desvanecían ante mis ojos, cuando nunca antes había tenido problemas para encontrar una ocupación remunerada. Busqué en todas partes, en videoclubs (en los años 90 había muchos), como camarera en bares o pubs, cuidando niños e incluso me ofrecieron un trabajo temporal en El Corte Inglés como dependienta en los probadores de ropa que finalmente no salió porque decidieron que no querían contratar a nadie que no tuviera nacionalidad española (y en aquella época yo todavía tenía nacionalidad alemana). La verdad es que fue una época muy frustrante y resultaba extraño que todos esos trabajos se alejaran de mí a la velocidad del rayo. Yo ya no sabía qué hacer, pero si no encontraba una fuente de ingresos rápidamente tendría que dejar de estudiar y regresar a casa de mi madre, donde la situación era caótica en aquellos momentos.
Curiosamente, en esa misma época, Carlota, mi gran amiga y compañera de piso, se había quedado en paro y también buscaba trabajo. Mientras yo buscaba una ocupación temporal que me permitiera seguir yendo a mis clases universitarias y de danza, ella quería un trabajo a jornada completa con un sueldo digno. Carlota encontró una oferta en el periódico (en los años 90 los empleos se buscaban en los periódicos, porque internet estaba en su fase incipiente y no todo el mundo tenía acceso a las nuevas tecnologías); ella encontró una oferta para trabajar como animadora para la prestigiosa cadena hotelera Sol Meliá. La empresa invitaba a asistir a todos los interesados a un hotel de la ciudad para explicar las condiciones del puesto de trabajo y comenzar ese mismo día con las pruebas de selección. Carlota me pidió que le acompañara, y yo, por supuesto, le dije que sí.
Llegó el gran día y nos presentamos allí las dos amigas, en el Hotel Meliá Rey Don Jaime, aquel sábado de enero de 1998. Yo sólo iba para acompañar a Carlota, pues mi objetivo no era trabajar a jornada completa, pero se me hizo la boca agua durante la primera parte de la entrevista, cuando nos enseñaron un vídeo de dos animadores trabajando literalmente en una playa caribeña, subiendo a los clientes del hotel encima de un burro para lanzar unos aros de plástico de colores a unos palos y ver quién ganaba el premio, que sería probablemente una camiseta amarilla con el nombre del hotel estampado en ella. Yo no sabía que trabajar como animadora en la cadena Sol Meliá me permitiría poder ejercer en lugares tan exóticos como Cuba, Bali, Tailandia… A mí me apasiona viajar, era una gran oportunidad. A medida que nos iban explicando las condiciones del trabajo, yo iba cambiando de opinión. Quizás no era tan mala idea después de todo aceptar un trabajo que parecía tan divertido y artístico, que me permitiera viajar, sólo durante unos años y después retomar mis estudios universitarios; así no tendría que volver a casa de mi madre. Pero para poder trabajar como animadora primero debía pasar las pruebas de selección ese mismo día, después ir a Mallorca a hacer un curso de animación eliminatorio durante dos meses, pagando mis gastos y, si pasaba todas esas pruebas, entonces sí, el trabajo sería mío.
Carlota se marchó después de esa primera fase explicativa, pues ella tenía muy claro que no quería ir a Mallorca ni mudarse, ya que tenía su vida muy bien montada en Valencia. Cuando le dije que yo me quedaba, que quería probar a ver si pasaba las pruebas, se sorprendió mucho. “Te espero en casa”, me dijo, y se marchó.
La primera prueba fue una entrevista personal. La pasé. Después vino la prueba de idiomas, donde pedían un tercer idioma además del español y del inglés. Yo estaba mejorando mi nivel de alemán yendo a una clase optativa en la Universidad, así que hice la prueba en español, inglés y alemán. También la pasé. La tercera prueba era demostrar las dotes artísticas de los candidatos; había que cantar, bailar o hacer alguna otra habilidad. Yo, evidentemente, me puse a cantar y a bailar. Pasé la prueba y ya estaba dentro; la siguiente fase sería viajar a Mallorca para el curso eliminatorio de animadora de dos meses de duración. Fue una locura cerrar en menos de un mes mi fase de estudiante universitaria en Valencia, mudar mis pertenencias a casa de mi madre, pedir dinero prestado para los gastos en Mallorca y buscar billete de avión, sólo de ida. Carlota no se lo podía creer; ella pensaba que era una broma cuando llegué a casa por la tarde, el día de la entrevista, y le dije que me iba. La decisión estaba tomada, una decisión muy rápida e inesperada que definitivamente cambió completamente el rumbo de mi vida.
Esta historia es mucho más larga, por supuesto, pero sólo quería contar mi experiencia de cómo las circunstancias concretas de aquel momento en que no podía encontrar trabajo me empujaron, y que justo en aquella época apareciera la oportunidad de trabajar como animadora; todo aquello marcó mi rumbo. Por supuesto pasé el curso eliminatorio de animación de dos meses y conseguí el trabajo en un hotel en Palmanova. Y me enamoré de Mallorca, que me dio muchas oportunidades de trabajo, y también me hizo conocer a personas que son muy importantes en mi vida, como Luis, mi marido. Viví seis años en la isla y también conseguí allí mis primeros trabajos en aviación, y comencé mi carrera como psicóloga en la Universidad de las Islas Baleares en octubre de 2002.
Hace muy poco le di las gracias a mi amiga Carlota por haberme llevado con ella a aquella entrevista en el Hotel Meliá Rey Don Jaime. Si no hubiera sido por ella, ¿qué habría ocurrido en mi vida? Yo no hubiera sido yo, porque no hubiese pasado por todas las circunstancias que me han convertido en la mujer que soy ahora. Y fue todo gracias a una decisión que en aquel momento parecía pequeña e insignificante. Jamás subestimes el poder de una simple decisión, pues puede cambiarte la vida.
¡Feliz fin de semana!
Mi queridisima y amada amiga piecitos! Cómo me alegro de que el destino nos ubicara en la preciosa Valencia para caminar juntas en la autopista de la vida… me encanta que hayas publicado esta bonita historia y que sigas publicando más y más! Te quiero
Carlota, yo también me alegro de que nos conociéramos en Valencia de esa forma tan «casual». Estoy convencida de que hay personas que tienen que estar en nuestra vida, y tú eres una de ellas. Te quiero mucho.
Me ha encantado!! Una reflexión preciosa…cada paso que damos pude cambiar nuestra vida y tenemos que estar atentos. Mil gracias por compartirlo Eva!
Gracias a ti por leer el post y comentarlo, Gabi. Me alegro de que te haya hecho reflexionar.