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La apasionante vida de Gertrude Bell

2 diciembre 2016 by Eva Isings Historias de mujeres Arabia, Desierto, Gertrude Bell, Oriente Medio, Persia, Tribus Beduinas

En la actualidad, a principios del siglo XXI, tenemos la idea generalizada de que las mujeres hemos logrado, después de muchos siglos de dominación masculina, la independencia en todos los sentidos. Aunque todavía quedan asperezas por pulir, como la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres en algunos puestos de trabajo, en general podemos afirmar que una mujer “moderna” es capaz de tener una vida satisfactoria y plena en todas las áreas, y puede valerse por sí misma e incluso sacar adelante a sus hijos sin un marido o una pareja que la respalde. Eso nos hace sentir orgullosas de nosotras mismas. Y no es para menos.

Sin embargo existen algunas mujeres del pasado que vivieron hace uno o dos siglos atrás y que demostraron ampliamente su valía a pesar de que en su época era aún más difícil para una mujer hacer lo que su alma le pedía, y poder dedicarse a una actividad considerada masculina que ni siquiera cualquier hombre era capaz de llevar a cabo. Por ese motivo me llena de admiración la historia de Gertrude Bell, una dama victoriana que tuvo la valentía de seguir los dictados de su corazón y, entre otras muchas hazañas, viajó sola a Oriente Medio, se adentró en el árido desierto más allá de donde otros hombres occidentales habían llegado y se ganó el respeto en las altas esferas de la época, que  consideraron imprescindible su gran conocimiento del mundo árabe en el momento de tomar las delicadas decisiones acerca de delimitar las fronteras entre los países y escoger los reyes que iban a gobernarlos. Gertrude fue una mujer que despertó envidias y odios en personas pusilánimes que no tuvieron la valentía de vivir  la vida de sus sueños, pero a pesar de ello su gran valor y amplios conocimientos le hicieron merecer un puesto de honor en la Historia, aunque por desgracia se conoce más la historia de otros hombres como T.E. Lawrence (el conocido Lawrence de Arabia) que de mujeres tan extraordinarias y especiales como Gertrude Bell.

Gertrude Margaret Lowthian Bell nació el 14 de julio de 1868 en el condado de Durham, Reino Unido. Fue la primera nieta del gran magnate de la siderurgia sir Isaac Lowthian Bell, quien había fundado en 1844 la empresa Bell Brothers junto a sus dos hermanos, una empresa que pronto produjo un tercio de todo el hierro utilizado en el país y que dio trabajo a más de cuarenta mil empleados. Gertrude heredó de su abuelo no sólo su gran fortuna, sino también su inteligencia, su talento para los negocios y su inagotable vitalidad.

A medida que crecía, Gertrude rechazó el destino que se preveía para una señorita de su posición. A ella no le interesaba el matrimonio; de hecho no se sentía atraída por ningún hombre que la pretendía, puesto que los veía claramente inferiores a ella en audacia e inteligencia, y ella quería encontrar a un hombre que estuviera, como mínimo, a su misma altura intelectual y cultural. Destacó claramente en sus estudios y fue la primera mujer que se licenció en Historia Moderna en la Universidad de Oxford, a pesar de que en muchas clases sus profesores la obligaban a atender la lección sentada de espaldas, puesto que no estaban de acuerdo en que una mujer asistiera a la Universidad.

La gran suerte que tuvo Gertrude fue la maravillosa relación que tenía con su padre, Hugh Bell, un auténtico caballero victoriano que acabó dirigiendo el próspero negocio familiar y que apoyaba incondicionalmente a su hija en todas las hazañas que estaba dispuesta a emprender. No sólo la apoyaba emocionalmente sino también económicamente, sin reservas, con lo que ella pudo disponer de todo los medios necesarios para sus viajes.

A los tres años de edad, la madre de Gertrude murió de neumonía al poco tiempo de dar a luz a su hermano Maurice. Y unos años más tarde, el señor Hugh Bell se casó con otra mujer llamada Florence Olliffe, que fue quien amplió los conocimientos literarios de su hijastra Gertrude y le leyó los cuentos orientales de Simbad el Marino y Aladino, que la harían soñar con príncipes enjoyados y fabulosos palacios orientales. Posiblemente esta influencia fue determinante cuando la joven e impetuosa Gertrude se decidió a estudiar la lengua árabe durante seis horas diarias y quiso emprender su propia aventura viajando a Medio Oriente.

Con veintitrés años Gertrude tomó la decisión de viajar a Persia con la excusa de visitar a su amigo Frank Lascelles, embajador británico en Teherán, sin saber que aquello cambiaría su vida por completo. El invierno anterior a su viaje se dedicó a estudiar persa durante seis meses. El 7 de mayo de 1892 llegó a Teherán en compañía de su tía Mary y quedó cautivada por esta ciudad de rico pasado, imponentes mezquitas, palacios decorados con finos mosaicos y jardines de ensueño. Fue en la embajada de Teherán donde conoció a Henry Cadogan, su primer amor, que le pidió matrimonio a los pocos meses de conocerse. Ella se sentía feliz y pletórica, e informó de su compromiso a su padre, que seguía en Reino Unido y quien desaprobó la relación. Gertrude decidió viajar a Inglaterra para intentar hacer cambiar de opinión a su padre y durante su estancia en la casa familiar fue informada de que su amado Henry había muerto en un accidente, aunque no se supo si realmente se trató de un accidente o de un suicidio. Gertrude, sumida en una profunda tristeza, pasó unos años alejada de Oriente Medio hasta que decidió ponerse nuevamente en acción planificando uno de los viajes al desierto que siempre había soñado y que había pospuesto durante años. Ella nunca se recuperó del todo de la muerte de su amado Henry, pero probablemente no se hubiera adentrado en los grandes desiertos de Oriente con su inseparable cámara de fotos Kodak si se hubiera convertido en la esposa de Henry Cadogan, secretario de la embajada británica en Teherán.

Así que en noviembre de 1899 Gertrude viajó a Jerusalén y se alojó en una confortable y amplia suite en un hotel donde instaló sus pesados baúles-armario llenos de ropa, zapatos, sombreros, objetos de tocador, mapas, cámara de fotos, carretes fotográficos y pilas de libros. Las generosas ayudas de su padre le permitían vivir con todo el confort posible y con una sirvienta que estaba siempre a su servicio y le preparaba cada día su baño caliente. Incluso en sus viajes por el desierto, Gertrude se llevaba todas sus pertenencias incluyendo su vajilla de porcelana para tomar el té, cubiertos de plata y una bañera portátil. A veces tenía que llevar siete u ocho camellos extra para poder llevar sus cosas, no era precisamente una mujer sencilla. Junto a su querido ayudante beduino Fattuh, que la acompañó en casi todos sus viajes por el desierto subidos a lomos de camello, Gertrude recorrió los grandes desiertos de Arabia y visitó Persia, Israel, El Líbano, Jordania,  Siria, Arabia Saudí y Turquía para cartografiar el terreno, conocer a los grandes jefes beduinos, hacer fotografías y visitar castillos y yacimientos arqueológicos de gran valor. Todo esto lo plasmaba después en sus libros; escribió siete libros en total sobre sus viajes y aventuras, y logró hablar el árabe a la perfección junto con todas las variantes dialectales beduinas. Las tribus beduinas llamaban a Gertrude la Reina del Desierto.

La historia de Gertrude Bell es apasionante y no me es posible resumirla tanto como para que ocupe el tamaño de un escueto post, por lo que te invito a leerla o adquirir alguno de los libros que escribió si te interesa. Como resumen podemos afirmar que Gertrude Bell no tuvo mucha suerte en su vida amorosa, ya que después de la muerte de Henry pasaron muchos años hasta que volvió a enamorarse locamente de otro gran hombre, Charles Doughty-Wylie, vicecónsul británico en Konia que, por desgracia, estaba casado, aunque él también amaba a Gertrude. Ese gran amor, quizás incluso más fuerte que el de Henry, terminó también cuando mataron a Charles en una batalla en Turquía. Gertrude nunca se casó y terminó su vida en Bagdad, Irak, una ciudad que le fascinaba, donde murió en su casa el 11 de julio de 1926. Se dice que se suicidó tomando una sobredosis de barbitúricos. Fue enterrada en Bagdad con todos los honores militares en medio de una multitud que se congregó para rendirle su último homenaje.

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